A comienzos de los años ‘80 empezó la popularización de los computadores personales o PC, por sus siglas en inglés. Aún me parece increíble que tan sólo hace pocos años, estos “dinosaurios” tenían discos flexibles de almacenamiento de 720 Kilobytes (KB), discos duros de apenas 10 o 20 Megabytes (MB) y ni hablar de la velocidad de los microprocesadores, que solamente tenían unos cuantos Kilohertz (kHz). Todo eso ya es historia. Hoy nuestros niños no tienen las limitaciones que nosotros tuvimos. Curiosamente, gracias a las computadoras la vida del hombre cambió más en los últimos 25 años que en toda su existencia. Sin embargo, de manera curiosa, los seres humanos justamente desde hace 25 años también estamos perdiendo la capacidad de comunicarnos. Hoy usar el computador, es parte de nuestra vida cotidiana: las nuevas generaciones ya vienen con esas destrezas “incluidas en su ADN”. El inconveniente es que cada día hay una mayor sobreexposición y dependencia enfermiza de todas estas tecnologías y herramientas. Muchos de nosotros pasamos horas de horas, lo que está desencadenando una paradoja que toma cada vez más fuerza: “Mientras más conectados estamos al ciberespacio, menos espacios de comunicación interpersonal estamos teniendo los seres humanos”. De igual forma se traspasa esta paradoja a las oficinas: basta con mirar a algunos de nuestros ejecutivos para comprobar que son prácticamente esclavos de sus computadores o sus teléfonos celulares inteligentes y están constantemente pendientes del timbre o vibración del teléfono. Están atentos al menor “movimiento” del prójimo en el Twitter o el Facebook y cada vez más ausentes de la comunicación interpersonal, cuya falta es la causa –quizás– de muchos problemas internos en la organización. No quiero que el lector malinterprete mis ideas, no estoy en contra del uso de la tecnología, pero sí estoy en contra de su fanatismo y de su excesiva dependencia. No dejemos que la tecnología esclavice nuestras vidas, usémosla como un complemento a nuestra comunicación interpersonal, no como la base fundamental de nuestro relacionamiento.
Por: Edwin Fernando Chávez Zavala